miércoles, agosto 18, 2010

Canela

¡Qué día mas hermoso! el sol ilumina el paisaje, es un lugar maravilloso, los árboles, el lago, la cordillera imponente con la nieve tan blanca que cubre sus picachos más altos.

El lago está tranquilo, sus aguas transparentes parecen un espejo, los árboles son autóctonos del paraje: boldos, maquis, radales. Acabo de llegar y camino por unas pisadas de piedras hasta la orilla del lago. A mi lado veo un pasto aún mojado por la lluvia. Es invierno, la tierra negra semicubierta por los cubresuelos que avanzan para taparlo todo. Las matas de hortensias ya brotadas y manchones de flores cerca de los árboles, rodeándolos: calas, lirios, paquerette de color rosado, blancos y amarillos, verónicas y otra infinidad de plantas; salvias azules y rojas, abelias rosadas y lindas camelias llenas de botones.

Voy tan absorta contemplando el entorno que me sobresalta una carrera, algo viene directo a mis pies... Es un gato color canela que frena justo antes de chocar conmigo; pienso que habríamos rodado los dos hasta las aguas del lago. Se para a mi lado, maúlla, se arquea y pasando por el lado de mis piernas, quiere restregarse contra ellas. Desea mimosamente hacerme cariño y que yo lo acaricie. Vuelve a maullar, se siente solo; quiere acompañarme se pone por delante, se cruza entre mis pies. Al dar un paso, creo que lo voy a pisar y vamos a terminar los dos en el suelo. Le digo: "No gatito..., ¡cuidado!, me vas a botar", pero el sigue pegado a mi y cada paso que doy se atraviesa por delante arqueándose, maúlla y roza mis tobillos, quiere sentir que lo quieren, que le presten atención, ¡pobre gatito! está tan solo.

No deseo su compañía, estaba disfrutando de esa paz del lugar, solo con el trino de los pájaros que revoloteando de una rama a otra hacen como si se pararan en una hoja y apenas la rozan. Mi alma se llenaba de esa paz y tranquilidad.

Una brisa algo fría mueve mis cabellos y el gato vuelve a maullar, no acepta que me distraiga y tampoco puedo hacerlo, porque voy a terminar pisándolo; "¡...No, gatito..., no, déjame tranquila!, ¡no te cruces, que me vas a botar!" No me hace caso, solo maúlla, desea que le hagan cariño, quiere regalonear. Estoy por complacerlo; !está tan solo! Cuando mi mano esta por tocarlo, la detengo, si lo mimo no me dejara y lo tendré pegado a mí... Sigo caminando con él a mi lado, me detengo en un tronco. El gato salta y se sienta, invitándome a hacer lo mismo. Lo miro y me siento a su lado. Creo que ha entendido mi deseo de mirar el lago. Se queda quieto. Me podría quedar así horas y horas mirando como va cambiando el colorido del paisaje. 

Se levanta un viento, las hojas se mueven y susurran, el lago cambia de color, parece enojado. Se levantan pequeñas olas, se encrespa; no quisiera moverme. El gato se acerca nuevamente y maúlla. "¡No, gatito..., déjame tranquila!..." Lo miro y le digo: "¡Vamos, Canela..., ándate a tu casa!" El se queda quieto y sus ojos están clavados en los míos, creo entender..., no tiene casa..., desea ser mi amigo..., quiere mi compañía. Pienso cuantas veces en la vida hay seres que se sienten solo, necesitan cariño y compañía y no se atreven a demostrar sus sentimientos.

Siento pena por el pequeño gato, le ha sido tan fácil conocerme y quererme y para mi muy difícil entregarle mi cariño... Tal vez es el miedo de quererlo demasiado. Lo miro... y el, como si presintiera que  falta muy poco para conquistarme, se queda quieto. Me levanto del tronco y camino hacia la casa... El espera..., yo me vuelvo y le digo: "¡Vamos, Canela!..."

Elfridia.
31-Julio-1991

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