La niña se siente tan liviana como la
garza blanca que la lleva volando sobre su cuello.
Es
maravilloso volar una brisa suave acaricia su cara y mueve sus cabellos; el
cielo está limpio de un azul puro, no se ve ninguna nube cerca.
La garza
se eleva moviendo sus alas para luego planear suavemente, sigue subiendo, los
rayos del sol caen sobre la niña; La garza empieza a bajar agitando sus alas,
planeando hasta casi rozar el agua de un río que corre cantando entre los
árboles del bosque, abetos azules, cipreses, pinos y otras coníferas muy verdes
y hermosas.
El agua es
cristalina se ven en la orilla pequeñas piedras de varios colores, rojas,
azules, verdes, blancas, doradas.
La niña le
pide a la garza que baje para tomar algunas; le gustaría hacer un collar.
La garza
blanca, sin detenerse, pasa varias veces por la orilla del río y la niña
alargando su mano va recogiendo varias piedrecillas de colores.
Siguen
volando río arriba, como buscando el nacimiento de este cauce de agua que baja
entre las montañas.
Cada vez,
los cerros son más altos y se divisan algunos picachos con nieves eternas, la
vegetación se va perdiendo, la garza de repente da vueltas y vueltas como si
buscara algo. Baja, revolotea, vuelve al bosque y en un remanso del río entre
las montañas ven un hermoso conjunto de casas de madera, sus techos con
tejuelas de alerce; Sus chimeneas de piedras y balcones con barandas torneadas,
jardineras con geranios rosados y cardenales rojos. Los postigos de las ventanas
con figuras de corazones o tréboles se veían muy hermosos.
¡Que lugar
tan lindo!, el río, el bosque, la naturaleza mezclada con la mano del hombre.
La garza
se dirigió a una casa y dejó a la niña en un balcón; La puerta estaba abierta,
el piso era de cerámica roja. Entró y vio a un anciano sentado en una mecedora.
Era un dormitorio, los muebles antiguos hechos por los dueños de casa, muy
prolijos en madera oscura; la cama con un cubre de pedacitos de género de todos
colores, las cortinas blancas terminadas primorosamente con puntillas hechas a palillos.
En la cómoda y mesitas, también había pañitos
bordados a mano.
El suelo
era de tablas anchas y clavadas con tarugos más oscuros. La habitación
acogedora, la adornaban jarras de cerámica llenas de flores silvestres.
El anciano
le pregunta ¿ quién eres? Ella responde: una niña ¿ de dónde vienes? Ella dice
de lejos; la niña se acerca, lo mira y dice: tus ojos están sin brillo. El
anciano contesta… de tanta luz. La niña dice, tu cabello es blanco. Los años lo
han cubierto de nieve. Tu piel está arrugada. Es la huella del tiempo.
¿Estás
solo? No, responde el anciano, estoy con mis recuerdos. ¿Y eres feliz? Dice
ella. Sí, contesta el viejo de barba larga y cabello blanco, pero no hay nadie
más aquí. Si estoy lleno de recuerdos. Mis padres vivieron aquí y los padres de
mis padres me dieron cariño, amor, me cuidaron y enseñaron.
Los
recuerdos de mi niñez son muy hermosos, todo el cariño que ellos me dieron yo
lo he dado en mis juegos con otros niños, en mi amor de adolescente, como hijo,
como esposo y como padre. He dado cariño, amor y sigo dándolo como abuelo y
bisabuelo y seguiré dándolo, porque no hay ni principio ni fin para el amor.
Así como
ellos me cuidaron yo he cuidado, y todo lo que aprendí lo he enseñado al que se
acerque. La niña lo mira y le pregunta: ¿Dónde están todos? ¿Y tu familia?
Están conmigo, en mi corazón porque la vida se continúa en los hijos de los
hijos y así sucesivamente y mientras esté aquí ellos estarán en mi mente y en
mi corazón.
Se siente
el aleteo de la garza, la niña dice: debo irme. Si, contesta el anciano, sigue
tu viaje, pero piensa en lo que hablamos. Ama y deja que te amen. Da cariño y
deja que te quieran; aprende lo que te enseñen y enseña a los demás. Recibe lo
que te den y comparte. Admira la belleza y trasfórmala en arte para que puedan
admirarla.
La niña
antes de salir le dice: has tenido tanto y lo has perdido todo. El anciano
responde: nada tenía, nada he perdido. Lo tengo todo. La garza vuelve a
aletear, llamando la atención de la niña, ella sube a su cuello y emprenden el
vuelo.
Después de
un rato le dice a la garza blanca, el anciano es muy sabio. Llévame a un lugar
donde pueda quedarme, ¡quiero vivir! Porque la vida no tiene principio ni fin y
yo ¡quiero vivir!.
Elfridia
20-Enero-
1992
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