
El me decía hay que ser bueno, el bien siempre triunfa sobre el mal, el bueno tiene su recompensa. La mamá agregaba, el bueno parece tonto hay que tener cuidado.
El me decía: la satisfacción de hacer el bien no se puede comparar con nada. Pasaba mucho en su trabajo, nos veíamos poco pero el tiempo que me dedicaba era sólo para mí. Tenía muy buena salud y energía, siempre estaba dispuesto a complacerme, pero un día cayó enfermo y quedó limitado de sus piernas, su mano derecha sin movimiento y perdió su voz sólo podía decir algunas palabras. Sentí una pena inmensa como si se partiera mi corazón. No podía entender que un ser tan bueno que siempre me había cuidado, estuviera así, con lo que le gustaba vivir, disfrutar, gozaba con pequeñas cosas y dejaba que los demás también disfrutaran.
Deseaba con todo mi ser que estuviera sanito como él me decía todas las noches….”Que amanezca sanita”.
Que bueno sería que sus piernas volvieran a caminar, que moviera su mano y que pudiera hablar, para que me dijera todos esos dichos antiguos que tienen una gran verdad.
Sí papá todo lo que me enseñaste lo aprendí, tengo la mente ordenada como tú, oigo todavía tus palabras “Si eres ordenada y dejas las cosas siempre en un mismo lugar te será más fácil encontrarlas,” todos sus consejos me han servido de guía.
¡Mi papá querido!....Cuando voy a verlo y entro en su habitación, la enfermera sale y nos deja solos, él me mira con sus ojos limpios y claros, yo me siento a su lado, como él lo hizo tantas veces cuando yo era pequeña….Me pasa su mano, yo la tomo y siento una corriente de cariño que nos une. Solo un momento, nunca se cuanto, porque temo cansarlo o molestarlo, pero se ve tranquilo, en esos instante pienso que ese inmenso cariño que se formo a través de los años nos unirá para siempre.
Elfridia.
20- Abril-1990
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